El hacedor de nudos

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Me dice: Dame un giro a mis días, hazme un nudo en las mañanas y densenrédame por las noches. Cómo si fuera una caja de bailarina con música a la que dar cuerda para girar sobre su eje, ensimismada con su metro cuadrado de mundo.

Y yo lo hago. La agarro por los hombros y la hago girar sobre mí y sobre mi piel y me jura que suena música cuando la abrazo y que baila si la beso en el recodo que forma su omóplato al caer plumíferamente sobre la cama.

Y me vuelve a decir: Dime que no te alejas más que una marea, qué si vas vuelves eternamente; Qué si vienes mecido por la espuma, no te vas a esconder en ella; Qué la luna sabe lo nuestro y consiente con sus vaivenes. Dime que no me vas a dejar mareándome entre mis giros bailarines y tus mareas lunáticas; Qué lo más que sabes del abandono es un adiós y un pañuelo y que es algo tan ficticio como una película de mal amor o de enamorados edulcorados.

Y yo lo hago una vez más: Y no me voy más allá de los milímetros que exala su cuerpo con el olor de ambos y que me está cegando los segundos que existen fuera de nosotros dos; Y no me voy si no la noto con sus nudos y sus lazos y sus trenzados y no me siento tan ahogado que no quiero más que morir de ella.

A.S.. Dixit....

Allá por tus ojos

11:44 Edit This 0 Comments »




Les relato:

Un poeta demacrado y cerúleo se muestra desnudo ante un  espejo que no es el suyo, tal vez en otra casa, recién caído de otra cama. No se reconoce ni los dedos, los gestos parecen ser contrarios y lascivos, inútiles hasta el exceso. Tanta desnudez le deja desprevenido ante el reflejo saliente que aparece una y otra vez sin parpadeo en la imagen reflejada. No hay pausa.

Una mano que no es ninguna de las cuatro que conoce se asoma al hombro con descaro y finura, se araña ella sola contra la carne, uña contra piel buscando la sangre que parece no quiere nacer más allá de las cutículas hermosísimas.

El poeta hace germinar sus palabras para que lo escuchemos con la gravedad necesaria:

En un segundo cierro los ojos. Los mantengo así hasta que noto la pérdida de casi todo. Se va el reflejo dormido a ver a la Alicia que adoro, que añoro; Se va la mano como la espuma de la mar deshaciéndose rizada y traviesa por entre mis piernas. 

Tiemblo.

Se van la calma y el frescor de la mañana y llega un calor luciferino que me aprieta la sienes hasta hacerlas retemblar como un avulcanadas, como encimadas de terremotos que me están naciendo de tus manos generosas.

Llega un hilo hasta la comisura de mis ojos, blanquecino. Algo así como un despertar ingrávido y leve, más leve de lo adecuado. Cómo una muerte consentida y silenciada por un sexo mudo y húmedo.

Silencio.

El poeta acepta con pasión el verbo que le nace tras lo reflejado; acepta con desgana el abrir de los días y el desempaquetado de los sueños nonatos; acepta con rabia las ganas de seguir aplastando lo rimado entre sus piernas, como un hijo que se está meciendo al calor de lo gélido que tienen éstas noches de invierno, éstos días tan mundanos y contemporáneos que se están viviendo.